De todas las mascotas que tuvo, Genito, la última que vi, fue la que más tiempo sobrevivió a los múltiples experimentos de Juan.
El chico era muy curioso e inquieto. Quería ser físico, químico, biólogo marino, leñador, orfebre, herrero, estilista, peluquero, y para practicar, usaba todo lo que tenía a su alcance: la lámpara de su bisabuela, un reloj de plata, la mesa de la cocina, la computadora del padre, el grifo del baño, la cerradura de la puerta de entrada, las cortinas, la televisión, pero sobre todo, a sus queridas mascotas.
Los papás del pequeño estaban fascinados por los animales, y habían comprado varias docenas de peces, dos perros, tres gatos, varios hamsters, y se rumoreaba que un puercoespín. Muchos de estos seres terminaron desapareciendo, algunos regalados, y otros se habían ido a una granja según lo que Juan entendía. Lo curioso era que estos últimos, antes de irse, habían pasado bajo algún experimento del pibe.
Genito ya tenía 8 años cuando Juan cumplió él los
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