martes, 21 de enero de 2014

De círculos, rectas y triángulos

 Rompía sin cesar el mundo de porcelana que sus padres habían construido para él. Quebraba esa curva cerrada que iba a ser su vida; prefería salirse por la tangente, una recta distinta y peligrosa que lo llevaba al infinito. Hubo un tiempo en el que directamente prefirió lo no derivable.
 Y finalmente subió a la torre más alta de Francia y profirió un grito que partió la Tierra en dos.

domingo, 19 de enero de 2014

De alas y tijeras

 Hace unos días el hombre fue al parque de siempre. Estaba armado con un sandwich de atún cuya primera mitad aprovecharía él y el resto lo usaría para alimentar a sus queridas amigas. Le gustaba verlas acercarse y picotear las migajas asustadas al principio pero luego llegando incluso a subirse a sus piernas si estaba lo suficiente inmóvil.
 Se sentía líder y fantaseaba con dominar a todos los animales alados y ser así por fin alguien respetable. Empezaría cobrando cobrando por transporte aéreo y luego de haber conseguido dinero suficiente, compraría al mundo o, para hacerlo más divertido, atacaría con soldados provistos de armaduras relucientes y garras devastadoras.
 Ese día el estratega vio sus fantasías interrumpidas por la llegada de otro ser, este, al igual que él, provisto de dedos, barba y pan. Estaban separados por una recta que los alineaba con la única mesa de ajedrez que dormía en el centro exacto del círculo que era el claro del parque. Ambos sentados en bancos rojos, uno tenía la mirada torva, el otro risueña y honesta. Este último empezó a comer, dejando caer trocitos de comida que atraían para sí a las pocas palomas que el primero ya había logrado juntar.
 El militar frunció los labios y pasó nuevamente a su bando a los tres soldados que habían decidido cambiar de colores, dejando caer adrede la mitad de la miga de su sandwich. El otro lo miró fugazmente y, casi como si pensara que tenía mal sabor, tiró al suelo un poco del jamón que estaba sacando del sobre.
 Esto inició una competencia que escaló rápidamente. El hombre directamente rompió en trocitos todo el pan que quedaba y los lanzó cerca suyo.
 Ya había treinta palomas en lo que ya parecía un campo de batalla, y más se estaban acercando al festín.
 El segundo había comprado provisiones en el supermercado, seguramente tenía todo planeado, pensó amargamente el jugador cuyo turno había pasado. El otro abrió una bolsa, sacó una caja de polenta en polvo, la abrió y la vació completamente, cambiando así quinientos gramos de comida por el equivalente en pájaros.
 El hombre estaba desesperado. No tenía más municiones. Nunca se habría esperado una guerra de tal magnitud. Sin embargo, tuvo una idea justo cuando iba a decidir rendirse, algo que lo llenó de escalofríos; ¿se animaría a hacer algo así? No es gratis ganar. Temblando, sacó su cuchillo; derramando lágrimas y gemidos se cortó con un solo movimiento el meñique izquierdo. Las palomas, ahora cebadas, volvieron.
 El otro lo miró atentamente. Se iba a dar por vencido. Vendría a él, le estrecharía la mano sana y, luego de finalizar la pausa del almuerzo, volvería angustiado a un trabajo tan aburrido como el suyo.

 Y el otro hombre se levantó, sus ojos risueños todavía. Lo miró fijamente, le sonrió como diciéndole adiós, sacó algo del bolsillo y le apuntó.
 Media hora más tarde, el otro volvía a la oficina, luego de haber alimentado a su ejército con más carne humana.