domingo, 26 de septiembre de 2010

Cuatro

Se estaba muriendo, eso era claro. El señor de bata blanca se lo había dicho, fingiendo una gran tristeza.

Últimamente veía peor, distinguía mal los colores de los objetos; incluso algunos eran invisibles para él.

Lo peor era saber que su vida estaba acabando poco a poco. Sentía que sus fuerzas menguaban cada día,

lenta pero inexorablemente su cuerpo se iba apagando, sus fuerzas disminuían sin remedio.

Las primeras tardes jugaba ajedrez con su mujer, pero cuando ésta comenzó a ganarle no

quiso hacerlo más. A la semana ya ni se acordaba de como hacer un jaque mate pasillo.

Su esposa lo siguió acompañando, de todas formas. Se sentaba a su lado en la cama

Del hospital, y charlaban. Cada vez el hombre podía hablar menos, así que ella le contaba

que había hecho durante el día, mientras él la escuchaba, fingiendo que no estaba celoso

de que ella pudiera vivir, y disfrutar la vida, pero él no. Se enteraba del ascenso que le habían dado, del

nuevo libro que estaba leyendo, del shampoo que había comprado, del

nuevo disco de los Bee Gees, del capítulo nuevo, de las promesas de un político; se mareaba,

y confundía las noticias. El nuevo par de anteojos rosa, el reloj de pulsera que le regaló

la depiladora, el paraguas que perdió, los Bee Gees, el capítulo, el shampoo, el reloj del político,

el libro, el ascenso, le dolía la cabeza e intentaba comprender, no podía.

Las visitas de su mujer aumentaban conforme empeoraba su situación.

Ya había perdido sensibilidad en gran parte de su cuerpo,

sólo se sentía mejor cuando se ponía a recordar los juegos de su niñez…

Casi no notaba a las enfermeras cambiando las sábanas;

ya estaba impaciente por irse. Lo único que lo mantenía

a flote era la mano de su mujer sobre la suya.

El último día deliró todo el día. Una hora estaba

en Chile durante la guerra, la siguiente estaba

en su vieja casa de Palermo Viejo.

Afiebrado, pedía con lo que él creía

que eran gritos hielo para enfriarse.

Antes de que su alma abandonara

su cuerpo, se dio cuenta de que

nada era real,

sólo su enfermedad,

y su muerte próxima.

La mujer había muerto

15 años atrás.

Y sólo podía acordarse que el nombre de ella comenzaba con

A.

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