jueves, 21 de febrero de 2013

Luz vieja

¿Qué es mejor, una quemazón sin límites o la noche eterna?

Varias eras habían pasado para la humanidad, Cristo y el capitalismo hacía mucho que habían sido olvidados, y la gente tenía otros dioses y otros sinsentidos. Vivían en guerra permanente, en batalla por la poca agua que tenía el planeta.
El Sol ardía cruel en el cielo; ya no era la estrella protectora que otrora iluminaba y alimentaba en forma amigable, sino un ser rojo, castigador, que volvía la vida un poco más insoportable.
Los humanos vivían encerrados en cúpulas gigantes, y se pasaban la vida tratando de sobrevivir a las altas temperaturas. Hacer el amor? Llorar? Abrazarse? Todo eso estaba prohibido y enterrado.
Ni siquiera las noches traían paz y unión, tan solitarios se habían vuelto los hombres; pero al menos se abrían ventanales en las viviendas y algunos jóvenes llegaban a ver la luna.

Un día particularmente molesto, si una sola nube defensora en el cielo, un muchacho esperó pacientemente la negrura, sin hacer nada. Y se fue el Sol, y pensó y cantó y escribió. Y al llegar el alba, esta no llegó. Esa muerte redonda no se asomaba por el horizonte.
La alegría y la sorpresa pronto dejó paso al miedo ¿Qué era todo esto? El chico corrió a su familia y les contó lo sucedido.
Esta situación se repetía en diferentes casas: familias reunidas para discutir lo que parecía un bendito eclipse, solo que demasiado largo.
La súbita e inexplicable muerte del Sol había dejado a todos en medio de la oscuridad y lo desconocido. La gente trataba de calmarse entre sí; tal vez el miedo los impulsaba a darse calor y afecto.
O tal vez había sucedido algo más. La luz de la que se alimentaba cada persona - y la inherente a cada una - había sido eclipsada por un Sol demasiado luminoso; y con este desaparecido, la gente volvía a necesitar a la gente para vivir y crecer.