martes, 9 de diciembre de 2014

Jeremías el Divino

Cierta tribu de África tiene una cultura muy especial. Realmente, debería ser llamada religión, por todo lo que conlleva.

Ésta cubre varios aspectos de la vida cotidiana, desde qué está permitido comer hasta en qué parte del mes está completamente prohibido mirar a la luna, pasando por como se debe festejar un casamiento y en qué fechas conviene realizar un bautismo.

Hablo de bautizos y meses porque esta religión tiene como padre a la cristiana, la cual vive en una Biblia corroída encontrada por un miembro de la tribu hace ya dos siglos.

Sin embargo, como ya se vio, la religión (crusiana) posee ciertas diferencias. Los crusianos creen que Adán y Eva no fueron expulsados del Paraíso por una manzana, sino por una naranja.

Sabemos que la tribu es supersticiosa, inventiva y exagerada, como todo ser humano. Con el correr del tiempo comenzaron a decir que cada botellita de la naranja les había conferido a Adán y Eva un conocimiento prohibido, y que por medio de ciertos ritos oscuros, los hombres podían convertirse también en eruditos.

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Fue un gran choque para la tribu la aparición de los primeros misioneros, que intentaban llevarles la verdadera palabra de Jesús en vez de la actual herejía en la que vivían. El primero de todos, de quien no sé el nombre, tuvo la desdicha de atravesar los enormes peligros del mar, y luego los tifones de la tierra africana (serpientes, elefantes, otros pueblos sanguinarios), para terminar en la olla ritual de los crusianos. El hombre, extremadamente devoto, terminó muriendo, sufriendo en mayor medida por la corrupción de la religión cristiana presente en el lugar que por el agua hirviendo que lo cocinaba a fuego lento.

Desde ese día, gracias a haber bebido en tres tragos una poción preparada con una microscópica porción de la vieja Biblia, barro y el fémur del misionero, el jefe de la tribu se volvió más respetado y temido de lo que ya era.

Fue rebautizado como Jeremías. Pocos recibían tal honor. Como máximo habían vivido siete u ocho con ese nombre durante el último siglo de historia tribal.

Lleno de poder, sabiduría divina y soberbia, Jeremías quería más. Deseaba la gloria eterna, ser aceptado por Dios bajo su cobijo, ascender a los cielos envuelto por una luz que lo hiciera brillar como si fuera su mismísimo Hijo. Se pasó días meditando sin comer ni beber, y finalmente tuvo una revelación durante un sueño. Ya sabía qué hacer: pidió que lo crucificaran. Dios se lo había transmitido.

Su mano derecha objetó, dijo que el sueño había sido producto de las privaciones, una locura pasajera; además, ¿cómo sobreviviría la tribu sin su sabio jefe?

Jeremías hizo caso omiso de las protestas (su única acción fue mandar a matar al hombre por desobedecer) y dictó las órdenes: leños del gran pino, clavos de metal de un saqueo antiguo a hombres blancos. La fecha fue fijada y finalmente, la siguiente luna llena, ocurrió la extremadamente dolorosa crucifixión voluntaria. El jefe de la tribu murió sonriendo de alegría, y su cuerpo fue cocinado y comido por cuatro personas: los rebautizados Jeremías (el que fue el siguiente jefe), Jeremías (el sacerdote), Jeremías (el más anciano de la tribu) y Jeremías (esposa del Jeremías Divino y la primer mujer en alcanzar la sabiduría de Eva).




jueves, 13 de noviembre de 2014

 Siempre supe que esto iba a terminar así. Acá, así, y ahora. Con vos al lado mío, este charco en el piso, y gritos que me aturdirían si no hubiera perdido ya casi por completo mis sentidos. Y sin embargo, incluso desvaneciéndome, te siento sobre mí en un pedido silencioso (si es que esos no son tus gritos sino los de). Pero ya no hay nada que hacer, no tengo nada más que dar. Mi tiempo se acaba, y vas a quedar solx, en un charco que en realidad es dos, con un corazón roto que siempre supe que eran dos, diluyendo lo rojo del piso con unas lágrimas que nunca había visto, ni cuando te ordenó que pararas con las visitas.
 No peleaste ni un poco, aceptaste tu esclavitud sin más, vos, que te creía tan anti todo y terminaste siendo unx Fito ensomadx más.
 Ahora ya está. No valés nada, y yo cada vez menos, mi esencia ya casi afuera de mí y yo cada vez más, más feliz.

martes, 28 de octubre de 2014

Hospitales II (Julieta)

 En un hospital conocí a mi verdadero amor. Se llamaba Julieta, era socióloga, y nunca supe qué demonios hacía allí si se la veía perfectamente bien. Al menos, nuestras conversaciones parecían sanas, y aparentemente eran aprobadas por la Comisión de Charlas Catárticas porque nunca nos separaron.

 La CCC era la herramienta más poderosa del gobierno hospitalario. Pocos sabían de su existencia; incluso yo me olvidé de la misma varias veces. Plantaban micrófonos en todo lugar peligroso. Lo más detestable no era que incluso había varios en las duchas - donde si cantabas Schönberg te aseguro que te metían preso (más preso) -, sino que (yo sospechaba), operaban incluso fuera del establecimiento.

 No, no fue mi familia la que me puso acá. Fue la Comisión. Descubrieron que yo era demasiado lúcido y me sacaron del Sol para jamás volver a verlo.

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 Julieta pareciera que estuvo aquí desde siempre. Conoce el lugar mucho mejor que todos; nos cuenta de habitaciones de las que nunca oímos hablar, y de torturas tan inverosímiles que parecen la pesadilla de un loco.

 Y este hospital se confunde, ya no se sabe quiénes son los trabajadores, quiénes los CCC, y quiénes los enfermos. Todo gira en un remolino, en un arcoiris: micrófonos negros chupadores de espíritu, micrófonos rojos manchados de violencia y exasperación, guardias grises mirándonos como desde otro plano, un hombre de azul cuyo único objetivo es evitar el de los enfermos (escaparnos), nosotros de un rosa pálido que parece burlarse de nuestra ceguera, y Julieta, ¡ah!, Julieta la de la lapicera verde (y bata blanca). Julieta la de ojos pardos en su mirada dulce. Y bata blanca. Julieta la de la bata blanca.

Hospitales I (Isidoro)

 ¡Oh! El hospital. Laberíntico infierno frío e iluminado, donde con suerte, sólo por unas horas, nos olvidamos del olvido, y la muerte se nos presenta en forma de cuerpos maltrechos, de miedo al contagio, de angustia y dolores nuevos. Otros pensarán al cuerpo como un aparato siempre arreglable, y acuden al service, le cambian el aceite tetas nuevas pastillitas y adiós, pero yo sé, ah, yo sé que esto se acaba; tal vez no hoy, y ojalá no mañana, pero sin duda un día te despertarás y en vez de espantarte por esas formas desgastadas que te sorprendían en tus escasas visitas al averno, serás uno de ellos.

 Más que asiduas apariciones por el hospital, vivirás el horror de vivir allí. Lentamente irás perdiendo el control a medida que pasan las décadas, y llegará el momento en que comprenderás que la maldición que nos golpeó no era todo lo contrario, como solías pensar.

Atrapado en tus huesos, querrás por fin liberarte y visitar los cielos, pero no, pasarás la eternidad entre estas cuatro paredes, sin mover un músculo, sin músculos, sólo mente, sólo polvo, solo, encerrado en un infierno y deseando haber terminado más abajo, en el verdadero.

miércoles, 30 de julio de 2014

Besos en la frente

 Besos en la frente eran justamente lo que le faltaban a Juan Miguel. Besos en la frente, algún que otro abrazo, un apretón de manos; pero no, lo único que le regalaban a mi amigo eran golpes, cachetadas literales y metafóricas, pero no por ser metafóricas estas últimas dolían menos. Hasta donde Juan sentía, le sangraban incluso más. El amor, esa sensación no olvidada sino que nunca aprendida, lo volvía loco. Lo mataba. Lo mató varias veces. Juan Miguel se suicidó en incontables ocasiones por falta de amor, un acto más poético si me preguntan que los que abandonan el barco por un flechazo demasiado mortal al corazón.

 Ambos actos son tan opuestos como terribles. El segundo se va porque le da miedo seguir encontrando dolor, y Juan porque ya no tiene fuerzas para seguir buscándolo. Y Juan se mata. Infructuosamente. Pues una maldición cayó sobre Juan hace siglos, cuando este todavía tenía un nombre indígena, y lo hundió en el barro de la neutralidad. En el de no poder sentir. En el de querer sentir, pero no poder. Y cuando Juan nazca de nuevo, se llame como se llame, no podrá usar su corazón para lo que los doctores mienten al afirmar que no es su función principal.

 Y su madre lo sabrá. Y su padre. Y el amor incondicional que sientan por él se irá extinguiendo al no recibir respuesta, y Juan se irá quedando solo, mientras el mundo le da la espalda.  Y él se abandonará también, y nos abandonará, para reaparecer nuevamente en otro inútil intento de vivir.

lunes, 23 de junio de 2014

 Desmoronábanse los lípidos de la torre que eras en toda tu desbelleza, crujían tus vidrios y saltaba el tuétano de tu esquelética sonrisa, de tu horrenda plenitud, de tu igual de tremenda planicidad.
 Buscás encajar en cada molde que te imponen, que te regalan en opiniones, que te venden en las revistas, en la pantalla, detrás de la vidriera.
 Y te venden también a vos, y te das cuenta. Y, ansiosa por que te compren, llegás incluso a bajar tu precio, o rogás en secreto a tantos amigos por mejores reseñas, y no te das cuenta que podés no venderte, podés ser dueña de cada pedazo tuyo, y así serías sólo una, ni más ni menos, suficientemente toda como para vivir en paz, comiendo-bailando-pinchando-leyendo-riendo-llorando-escribiendo sólo lo que vos quieras, quemando libros a lo Montag si lo deseás, pero no para otros, suprimiendo de una vez por todas ese instinto tan grabado en nuestras entrañas que es necesitar validación, ofreciendo tus valores y ofreciéndote a gente que te intercambia por la misma aceptación tanto de otros seres más grandes y poderosos como la tuya misma, quedando todo podridamente conectado en un angustioso círculo de baja autoestima.

domingo, 15 de junio de 2014

Relato de un náufrago

                Había una vez un joven que escuchaba a Spinetta y escribía sobre cosas imposibles, y luego se iba a volar. Había también otra joven que volaba pero para atrás. No tardaron en chocarse, sin querer queriendo, medio riendo, medio llorando.

                Se hicieron amigos, el joven se enamoró, la joven no. Viajaron juntos a la cabeza de cada uno, y a una playita del Interior. Mezclaron sus mundos, que siendo tan distintos habían engendrado a dos personas de miradas muy parecidas.

                Durmieron juntos en camas separadas y en la misma cama, sin tocarse ni las manos, pero con las respiraciones sincronizadas.

                Amaron a la misma persona, porque ni el protagonista de un cuento tiene tan sólo un interés romántico.

                Lloraron sobre una semilla de la que nació una flor ya muerta. Ambos tenían un algo muy oscuro dentro, que sonreía cuando abrazaba al monstruo del otro.

                Compartieron demonios, casa, libros, vuelos, angustias, música, incontables risas.


                Se mataron juntos, no habiéndose dado jamás un beso.

domingo, 9 de marzo de 2014

Carta para Andy

Andy, viste que los cuentos de Cortázar parecen que estuvieran en una escala mayor, como si fueran una improvisación de cinco minutos, un soliloquio en Sol Mayor con ninguna segunda guitarra de fondo, y que finaliza con la nota de Sol. Ese clímax, esas últimas tres notas que muchas veces parecen una escalera al cielo, un orquestado E-F#-G y que nos dejan con una sensación orgásmica de bienestar y un amor incondicional hacia Julio es lo que uso para justificar mi clasificación de todas las canciones de Cortázar (o casi) en cuentos en escala mayor.
 Saramago hace algo parecido, solo que sus peroratas-capítulos son tan largos que si no termina con la tónica dan ganas de resucitarlo y pegarle un tiro.
 Para mí, sin creerme Cortázar (soy más joven!), también escribo en escala mayor, salvo tal vez el jugo de lúcuma que subí recién. Ese está en menor: termina medio de repente y no tiene mucho el sentido el final, ni el principio. Es un píccolo disonante y los espacios entre las frases hacen que parezca que la canción modula.
No sé, capaz el cuento o lo que sea que es no está en ninguna escala; tal vez sean solo palabras unidas entre sí.
 Capaz las historias no estén en un tono, y la música y la escriturs no tengan nada que ver. O, tal vez, sí.
Un abrazo,
Billy

Gazpacho y lúcuma

 Los autos de Nápoles son monstruos de mirada torva, feroces como pocos. No dudan en mostrar los dientes si uno está demasiado cerca e incluso pueden pegarle un tarascón al valiente tonto que les sostiene la mirada.
 Pasan por alto las intenciones de la persona que conducen; es un milagro que la lleven a su destino. Muchas veces se detienen a charlar e incluso a luchar por una víctima que no quieren compartir.
 Escribo estas líneas mientras un coche termina de devorarme, y mientras muero pienso en las oportunidades que perdí por pensar demasiado, y en las que me hicieron crecer por sentir más que soñar.
 Nápoles no está sólo lleno de bestias; también abundan únicas muchachas de pelo corto y corazón contento, que no pueden evitar reír tímidamente en italiano.
 Más feroces que un auto en celo, la experiencia de ser atropellada por una de ellas queda grabada con fuego y, sin embargo, el animal que me exprime me quita menos sangre que tu forma de mirarlo a él. Qué se le va a hacer, mujer; un beso tuyo bien vale cuatro ruedas de una venganza tana.

sábado, 22 de febrero de 2014

Soy el diablo en mi cuerpo / WW2

 Taño la campana y las aves vuelan. Y la fe de la gente también. La toco nuevamente y pasan cien años; el mundo sigue sin sanar. Hago sonar nuevamente el objeto y llega dios. Una vez más hago ruido y lo mato, pero no es una solución definitiva pues la religión no es una causa sino una excusa de las luchas. Ah, pero de todas formas pensando por nosotros mismos tal vez lleguemos a algo distinto y al menos nos miraremos con odio pero a los ojos aceptando por fin que no es por color, credo o forma de vida que nos perseguimos, sino por influencia de gente más poderosa que el dios que maté y que devoran con tanto ahínco la torta donde vivimos, que a nosotros sólo nos quedan las migajas caídas al suelo y el confort adquirido a costa de otros menos duchos en ser perfectos.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Duro

 St Gallen no fue un sabio, no fue un hacedor de milagros, no se sacrificó por la humanidad.
 Sin embargo, la historia lo sabe un santo por todo lo que no hizo. Nunca levantó su mano en contra de alguien, no tenia manos. Nunca miró a otro con desdén, era ciego. Sordo como si las palabras necias no pudieran enervarlo, mudo como tantos mártires que murieron llorando en silencio, todos los latidos del corazón de Gallen fueron positivos. O tan positivos como pueden ser los de una roca perdida en el medio de la nada que un loco lindo encontró en su distancia y decidió adorar, pues es tan humano sufrir y llorar y odiar que nadie puede escaparse de ello, ni siquiera los santos de verdad.
 St Gallen es lo más honesto y puro que se puede encontrar aquí. Sólo se lo puede comparar con otros pocos millares de piedras anónimas que adornan los caminos verdes y las orillas del lago de este pueblo llamado en honor de nuestro santo de piel grisácea y corazón invisible e inmóvil.

lunes, 10 de febrero de 2014

El mar y la música, y la música y el mar

La música y el mar

 Gotas de música recorren mis venas ¿Para qué el lenguaje? ¿Para qué la pintura, el cine, el teatro? El único objetivo de cada uno debería ser el mío: alcanzar la plenitud, el clímax poético, llegar a conocer todos los estilos existentes e inventar los que todavía no están.
 Para algunos la música es un medio, para otros, un fin; para mí es el todo, perdería todos los demás sentidos sólo para conservar mi preferido.
 Intercambiaría mi alma por una oreja Barret. Daría mis Fenders a cambio de borrar mi recuerdo de tantos discos y poder así disfrutarlos por primera vez. Me sacaría las cejas para ser como Pinky. Secuestraría al mundo para poder viajar y escuchar los distintos sonidos del universo.
 Gotas de música recorren mis venas mientras preparo otra aguja y mi próxima canción, "Obsesión".

El mar y la música

 Las gotas de agua que caen de mi cara al mar no lo alteran en lo absoluto, pero me reconforta creer escuchar el sonido que cada una hace al ser absorbida por esa cosa negra y azul por la que avanzamos.
 Me gustaría ver peces, aves, tesoros, pero desde la oscuridad donde estoy parecería que tengo un sentido totalmente apagado.
 Y, sin embargo, ese silencio visual me susurra ideas y emociones, paz y locura, abandono y tristeza.
 Y, sin embargo, quién diría que si en este barco estuviéramos todos los hombres juntos, sintiendo lo mismo, no alcanzaríamos a subir el nivel del mar ni un ápice con el llanto de nuestros corazones.

domingo, 2 de febrero de 2014

Akrópolis

 Los dioses nos visitaron desde tiempos remotos y todo cambió. Se veían milagros por doquier, tributos se sumaron a los impuestos para mantenerlos contentos. De sacrificar monedas pasamos luego a sacrificarnos nosotros, todo sea por sus divinos libidos.
 Más que dioses parecían gitanos, ¿pero quién osaría contradecirlos? Ya hace eones nos habían quitado el Sol. Y aun con nuestra tecnología podrían hacerlo de nuevo, y Prometeo hacía mucho que nos había abandonado.
 Nos prometieron tierra y riquezas. Les dimos todo. Blancas y secas quedaron nuestras casas mientras ellos reconstruían su añorado Olimpo.
 Sólo nos dejaron la vida y la muerte, el resto se lo llevaron de regreso a la Antigüedad.
 Y ya engañados, reconstruiremos nuevamente nuestra ciudad y nuestras fes, mientras rogamos que la siguiente vez, vengan dioses menos humanos.

martes, 21 de enero de 2014

De círculos, rectas y triángulos

 Rompía sin cesar el mundo de porcelana que sus padres habían construido para él. Quebraba esa curva cerrada que iba a ser su vida; prefería salirse por la tangente, una recta distinta y peligrosa que lo llevaba al infinito. Hubo un tiempo en el que directamente prefirió lo no derivable.
 Y finalmente subió a la torre más alta de Francia y profirió un grito que partió la Tierra en dos.

domingo, 19 de enero de 2014

De alas y tijeras

 Hace unos días el hombre fue al parque de siempre. Estaba armado con un sandwich de atún cuya primera mitad aprovecharía él y el resto lo usaría para alimentar a sus queridas amigas. Le gustaba verlas acercarse y picotear las migajas asustadas al principio pero luego llegando incluso a subirse a sus piernas si estaba lo suficiente inmóvil.
 Se sentía líder y fantaseaba con dominar a todos los animales alados y ser así por fin alguien respetable. Empezaría cobrando cobrando por transporte aéreo y luego de haber conseguido dinero suficiente, compraría al mundo o, para hacerlo más divertido, atacaría con soldados provistos de armaduras relucientes y garras devastadoras.
 Ese día el estratega vio sus fantasías interrumpidas por la llegada de otro ser, este, al igual que él, provisto de dedos, barba y pan. Estaban separados por una recta que los alineaba con la única mesa de ajedrez que dormía en el centro exacto del círculo que era el claro del parque. Ambos sentados en bancos rojos, uno tenía la mirada torva, el otro risueña y honesta. Este último empezó a comer, dejando caer trocitos de comida que atraían para sí a las pocas palomas que el primero ya había logrado juntar.
 El militar frunció los labios y pasó nuevamente a su bando a los tres soldados que habían decidido cambiar de colores, dejando caer adrede la mitad de la miga de su sandwich. El otro lo miró fugazmente y, casi como si pensara que tenía mal sabor, tiró al suelo un poco del jamón que estaba sacando del sobre.
 Esto inició una competencia que escaló rápidamente. El hombre directamente rompió en trocitos todo el pan que quedaba y los lanzó cerca suyo.
 Ya había treinta palomas en lo que ya parecía un campo de batalla, y más se estaban acercando al festín.
 El segundo había comprado provisiones en el supermercado, seguramente tenía todo planeado, pensó amargamente el jugador cuyo turno había pasado. El otro abrió una bolsa, sacó una caja de polenta en polvo, la abrió y la vació completamente, cambiando así quinientos gramos de comida por el equivalente en pájaros.
 El hombre estaba desesperado. No tenía más municiones. Nunca se habría esperado una guerra de tal magnitud. Sin embargo, tuvo una idea justo cuando iba a decidir rendirse, algo que lo llenó de escalofríos; ¿se animaría a hacer algo así? No es gratis ganar. Temblando, sacó su cuchillo; derramando lágrimas y gemidos se cortó con un solo movimiento el meñique izquierdo. Las palomas, ahora cebadas, volvieron.
 El otro lo miró atentamente. Se iba a dar por vencido. Vendría a él, le estrecharía la mano sana y, luego de finalizar la pausa del almuerzo, volvería angustiado a un trabajo tan aburrido como el suyo.

 Y el otro hombre se levantó, sus ojos risueños todavía. Lo miró fijamente, le sonrió como diciéndole adiós, sacó algo del bolsillo y le apuntó.
 Media hora más tarde, el otro volvía a la oficina, luego de haber alimentado a su ejército con más carne humana.