sábado, 4 de abril de 2020

El frasco

Juan fue sacándose los huesos uno por uno. Primero, se extrajo un huesito del pie. Fue una operación quirúrgica, sencilla. El médico le dijo que se quedara tranquilo, que igual había más huesos en el pie que en el resto del cuerpo.

A Juan, la verdad, le encantó disminuirse. Sintió placer en eliminar una parte de su cuerpo que de todas formas no tenía como realmente suya: los huesos no están vivos.

Probó quitarse varios dientes; caries, arguyó. No le digan a Juan que estos no son huesos; para él, contaron. Y su sonrisa, aunque un poco vacía, nunca fue más ancha.

Le siguió, simplemente, automutilación bien amateur. Ay Juan, hay maneras más fáciles de suicidarse.

Me burlo un poco, pero Juan quería realmente existir - solo que de manera minimal. Juntaba sus huesos en un gran frasco ornamentado. Se reía pensando que jamás alguien había jugado al juego de los palitos chinos de esta manera.

Tal vez pueda donar el cuerpo a la ciencia, pensaba mientras usaba las falanges que le quedaban para manipular un serrucho y recortarse la clavícula.

O pueda donar el frasco al perro de mi hermana.

O mi cuerpo al Bellas Artes.

O me lleno de caramelos y hago de piñata en el próximo cumpleaños. Sí, así, todo vale la pena.