domingo, 9 de marzo de 2014

Gazpacho y lúcuma

 Los autos de Nápoles son monstruos de mirada torva, feroces como pocos. No dudan en mostrar los dientes si uno está demasiado cerca e incluso pueden pegarle un tarascón al valiente tonto que les sostiene la mirada.
 Pasan por alto las intenciones de la persona que conducen; es un milagro que la lleven a su destino. Muchas veces se detienen a charlar e incluso a luchar por una víctima que no quieren compartir.
 Escribo estas líneas mientras un coche termina de devorarme, y mientras muero pienso en las oportunidades que perdí por pensar demasiado, y en las que me hicieron crecer por sentir más que soñar.
 Nápoles no está sólo lleno de bestias; también abundan únicas muchachas de pelo corto y corazón contento, que no pueden evitar reír tímidamente en italiano.
 Más feroces que un auto en celo, la experiencia de ser atropellada por una de ellas queda grabada con fuego y, sin embargo, el animal que me exprime me quita menos sangre que tu forma de mirarlo a él. Qué se le va a hacer, mujer; un beso tuyo bien vale cuatro ruedas de una venganza tana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario