viernes, 29 de noviembre de 2013

El transformador

 No sé cuándo nos empezamos a extinguir. Recuerdo que a partir de cierto momento dejamos de usar papel y lápiz. Simplemente subíamos todo a la red. Cuando cumplí 20 ya estaba penado por la ley el tráfico de libros. Cada ser tenía asignado un espacio en la nube y allí vivían. Muchos, literalmente, allí vivían. Subían sus conciencias a ese lugar; total, ¿qué quedaba abajo, en el mundo real?

 Todo parecía ir bien, salvo por unos detalles políticos que pronto se tornaron molestos. Ciertos gobiernos no resistían el deseo de controlar a sus votantes, borrando y manipulando su información y, en muchas ocasiones, a los mismos votantes.

 Las revoluciones pronto se acabaron, al quedar a todos a merced de esos servicios que empezaron por los años dos mil, tan gratuitos como codiciosos. Se convirtieron en nuestros dueños y en aliados del gobierno. Tan pronto como subíamos nuestros sueños, ambiciones, direcciones y pertenencias, el poder se apoderaba de todo.

 Llegué a imaginarme dos futuros. Uno, en el que ganábamos la guerra por nuestra libertad de expresión y derribábamos los muros entre los que habían logrado encerrar a nuestra cultura; y otro en el que nos rendíamos definitivamente a la deshumanización.

 Ni siquiera comenzamos la lucha. Teníamos demasiado terror al libre albedrío; habíamos vivido demasiado tiempo bajo la mano protectora de hombres más poderosos y sabios que nosotros.

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 Ayer sacaron una nueva ley, obligándonos a todos a subirnos a la Nube, y a eliminar nuestras versiones físicas.

Sé qué está pasando. Se cansaron de nosotros. Ya nos exprimieron hasta el fondo. Y cuando todos estemos arriba, siendo solo dígitos, y nuestros cuerpos ya no existan, cortarán la luz.

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