domingo, 28 de abril de 2013

- Si tuviera un pucho encima, lo prendería para fingir desinterés, Cecilia querida. 
- Vos siempre tan cortés,...¡qué hacés!? ¡Volvé!
 Trepando al muro de mis lamentos y dejándolo atrás, comencé a escapar. De mis quilombos, de mis miedos, de mis depresiones.
Dejé atrás la separación de mis padres y sus frases racistas que se pegaron a mi vocabulario aun cuando me pasé años peleando con ellos por esa baja característica de su ser.
Apuré el paso, corrí, ignoré a mi novia que me llamaba para arreglar nuestro barco hundiéndose, y también al resto de mis ex que, en mi cabeza, parecían dispuestas a re-charlar las causas de nuestra ruptura.
Abandoné mi destino a los veinte minutos, no sin antes dejar la facultad. Al llegar a una esquina ya me había mudado solo, lejos de todos y de todo.
Un rato más tarde empecé con las drogas. Algunas recreativas, otras más fuertes, algún que otro pinchazo que me liberaba todavía más, y aumentaba la velocidad de mi existir. Algunos vasos de alcohol me obnubilaban y lograban que no me cuestionara lo que estaba haciendo.
Y por fin, luego de todo, llegué al abismo.

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