martes, 12 de marzo de 2013

Adultoz

 ¿Viste, Fran, los absurdos divertimientos que practican los adultos, y algunos jóvenes, durante su propia vida? Se distraen con idioteces que les parecen importantísimas, y dejan pasar cosas tan fundamentales como ir a andar en bicicleta no para hacer ejercicio, sino con el solo fin de llegar todo sudado a esa única plaza donde el pasto no es sintético y que tampoco tiene esos cositos tan pinchudos y molestos.
 Se cuentan chistes tontos, hablan de política, leen un solo tipo de diario convencidos de su objetividad, y luego tratan de convencer al resto de su interesantísima y perfecta forma de ver el mundo.
 Sus vidas deberían ser bestsellers. Les extraña que los ojos de algunas personas no se abran como platos al escuchar una genial anécdota sobre su más reciente aventura en Punta del Este. Sus empleados se ríen, ¿por qué ellos no?
 El dinero es importante, sí, pero para ellos no es sólo plata sino también oro y diamantes. Una cuenta bancaria lo vuelve a uno interesante, y con dos ya lo invitan a jugar al tenis.
 Transpiran prejuicios y fetiches de dominación. Si pudieran llorar, derramarían todas las imposiciones de su niñez, el horrendo sistema que la sociedad les regaló y que ver The Wall no los ayudó a derrumbar. El régimen se solidificó tanto que lo único que disfrutan es ver una comedia con risas grabadas.
 Tienen un switch con dos posiciones: que-les-digan-que-hacer y dar-órdenes. No soportan, odian, temen tener tiempo libre. No hablo de "tiempo libre para tener una escapada a McDonalds", sino de un rato apreciable, sin obligaciones ni planes armados ¿Tan difícil es no ocupar todo el maldito tiempo con algo para hacer?

¿Sabés por qué te cuento esto, Fran? Porque temo estar convirtiéndome en uno de ellos.

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