martes, 3 de febrero de 2015

Victoria

 La soledad mata. Esto es un hecho. Soledad también.

 ¿Qué hacer, cuando ambas posibilidades binarias te dejan seco de llanto, de vida?
 ¿Qué hacer, cuando no se puede volver el tiempo atrás y todo lo que queda es sufrimiento?

 Pregunto, y yo mismo me respondo: lo único que queda es fingir vivir: ponerse una máscara y hacer como que lo único recibido fue un porrazo y no un disparo. ¿Qué van a pensar de nosotros si no? El suicidio es ilegal, además. Por suerte llorar no, pero mejor hacerlo en privado; desde chiquitos aprendimos que todas las secreciones son feas y que mejor que la gente no se entere que las hacemos.

 Las mujeres no cagan.
 Los hombres no lloran.
 Las heridas de amor sangran pero poco, un clavo saca a otro clavo, todas las minas son iguales.

 No. Mi Soledad es única (como todas). Ah, pero ya no es mía. Pensándolo mejor, nunca lo fue.
 Yo, en cambio, sí fui suyo. Lo admito sin vergüenza, con añoranza.

 Y la esperaré, aquí sentado, máscara en mano, hasta que vuelva a reclamarme. O hasta la muerte. Lo que sea que pase primero, lo espero con ansias.

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