Rompía sin cesar el mundo de porcelana que sus padres habían construido para él. Quebraba esa curva cerrada que iba a ser su vida; prefería salirse por la tangente, una recta distinta y peligrosa que lo llevaba al infinito. Hubo un tiempo en el que directamente prefirió lo no derivable.
Y finalmente subió a la torre más alta de Francia y profirió un grito que partió la Tierra en dos.
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