lunes, 30 de enero de 2012

Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no

El rey se despertó de mal humor y mandó a matar a la familia del cocinero. La comida de la noche anterior le había sentado mal.
Se calzó las sandalias de cuarenta mil dólares de Indonesia y solicitó que llamaran a su criada principal, a la que ordenó que le llevara el desayuno. Se comió una parte y luego los lacayos tiraron el resto.
Se metió en el baño real, donde lo esperaban una docena de personas, hombres y mujeres, para asistirlo con la ducha matinal. Al harén no entraría ese día.
Media hora más tarde, salió. Mientras se dirigía al trono real, alguien le avisó que habían matado a un loco; este había ofrecido resistencia al arresto.
Llegó, se sentó, y comenzó a gobernar.
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Ferrán se levantó a las seis de la mañana y fue al baño. Usó la hoja de afeitar, orinó. Luego salió y comenzó a preparar el desayuno. Lo probó y sonrió, orgulloso de sus dotes culinarios.
Al terminar lo llevó a la mesa, se sirvió un poco y le dejó el resto a su familia - sus hijos se levantarían dos horas más tarde y su esposa recién al mediodía.
Entró a la cocina y comenzó a dirigir la preparación del desayuno real, atento a cualquier error.
Huevos: revueltos, pasados por agua, fritos, con panceta, hervidos y pisados. Pasteles: de queso, de crema, con merengues, con pasas, con frutillas, todos solo para acompañar a otro, mucho mayor, importado. Frutas solas: manzanas, naranjas, uvas tiernas, duraznos, arándanos. Tartas de todo tipo. El jugo de frutas lo exprimió a último momento.
El cocinero ya no se sentía tan condenadamente hambriento cuando cocinaba para el rey. Antes robaba comida a escondidas, hasta que lo encontraron y casi le cortaron la cabeza.
Sin embargo sintió una ligera decepción cuando envió el desayuno al rey. Sabía que solo la centésima parte de esa comida sería aprovechada.
Volvió a su cuatro dentro del palacio real, a dormir una siesta, descansar un rato. Para la preparación del almuerzo faltaban un par de horas. Tuvo que tomar un camino mucho más largo para regresar, porque el palacio estaba ya activo y estaba prohibido que la servidumbre fuera vista caminando entre los funcionarios.
Llegó a su puerta. Rota. Forzada. Entró, todo revuelto. Llamó a gritos a su familia. Nada, nada. Gritos, cada vez más inconexos, eran suyos?
Salió afuera corriendo, llorando. Dos guardias afuera lo esperaban. Le explicaron la orden del rey ¿Esperaban que entendiera y permaneciera calmo? No lo iba a hacer. Los empujó y se lanzó...a matar a ese hijo de puta con corona. A romperle la crisma, la cabeza, ahogarlo, lo que sea.
Imposible envenenarlo: los catadores siempre probaban su comida. Mejor ahora, con la sangre aun caliente latiéndole en su cabeza.
¿Realmente pensaba que iba a poder matar al rey? Todavía estaba a siete pasillos del trono cuando lo capturaron entre cinco y lo llevaron a rastas hasta una sala oscura. Lo hicieron agacharse y apoyar la cabeza. De un hachazo se la cortaron mientras el rey mordía, justo en ese momento, una manzana.

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