lunes, 23 de junio de 2014

 Desmoronábanse los lípidos de la torre que eras en toda tu desbelleza, crujían tus vidrios y saltaba el tuétano de tu esquelética sonrisa, de tu horrenda plenitud, de tu igual de tremenda planicidad.
 Buscás encajar en cada molde que te imponen, que te regalan en opiniones, que te venden en las revistas, en la pantalla, detrás de la vidriera.
 Y te venden también a vos, y te das cuenta. Y, ansiosa por que te compren, llegás incluso a bajar tu precio, o rogás en secreto a tantos amigos por mejores reseñas, y no te das cuenta que podés no venderte, podés ser dueña de cada pedazo tuyo, y así serías sólo una, ni más ni menos, suficientemente toda como para vivir en paz, comiendo-bailando-pinchando-leyendo-riendo-llorando-escribiendo sólo lo que vos quieras, quemando libros a lo Montag si lo deseás, pero no para otros, suprimiendo de una vez por todas ese instinto tan grabado en nuestras entrañas que es necesitar validación, ofreciendo tus valores y ofreciéndote a gente que te intercambia por la misma aceptación tanto de otros seres más grandes y poderosos como la tuya misma, quedando todo podridamente conectado en un angustioso círculo de baja autoestima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario