miércoles, 30 de julio de 2014

Besos en la frente

 Besos en la frente eran justamente lo que le faltaban a Juan Miguel. Besos en la frente, algún que otro abrazo, un apretón de manos; pero no, lo único que le regalaban a mi amigo eran golpes, cachetadas literales y metafóricas, pero no por ser metafóricas estas últimas dolían menos. Hasta donde Juan sentía, le sangraban incluso más. El amor, esa sensación no olvidada sino que nunca aprendida, lo volvía loco. Lo mataba. Lo mató varias veces. Juan Miguel se suicidó en incontables ocasiones por falta de amor, un acto más poético si me preguntan que los que abandonan el barco por un flechazo demasiado mortal al corazón.

 Ambos actos son tan opuestos como terribles. El segundo se va porque le da miedo seguir encontrando dolor, y Juan porque ya no tiene fuerzas para seguir buscándolo. Y Juan se mata. Infructuosamente. Pues una maldición cayó sobre Juan hace siglos, cuando este todavía tenía un nombre indígena, y lo hundió en el barro de la neutralidad. En el de no poder sentir. En el de querer sentir, pero no poder. Y cuando Juan nazca de nuevo, se llame como se llame, no podrá usar su corazón para lo que los doctores mienten al afirmar que no es su función principal.

 Y su madre lo sabrá. Y su padre. Y el amor incondicional que sientan por él se irá extinguiendo al no recibir respuesta, y Juan se irá quedando solo, mientras el mundo le da la espalda.  Y él se abandonará también, y nos abandonará, para reaparecer nuevamente en otro inútil intento de vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario