martes, 19 de enero de 2016

:-(

 En toda mi vida no vi a más de dos amigos llorar. Uno de ellos me cuenta, sin embargo, acerca de un curioso happening que solía hacerse en Buenos Aires en los años ochenta. Según él, grandes grupos de de conocidos solían juntarse, una vez cada tanto, en la casa de alguno, con el fin de llorar todos juntos. Era arte a lo Marta Minujín, según Esteban.

 Recuerda una tarde en especial. No sabe quién puso casa; eso no importa, dice. Después de tantos años, es sólo un nombre. Varios, él incluido, cayeron temprano. Casi todos llevaban alguna cosita a la fiesta, para compartirla: pañuelitos perfumados, algo muy livianito para picar, agua para no deshidratarse.

 Bromeaban, sonaba alguna guitarrista melancólica de fondo; alguien, un olvidadizo, propuso jugar un juego de mesa. Lo callaron sin violencia. Durante un rato hubo silencio, hasta que uno, sonriendo despacito, sugirió "¿empezamos?" .

 Ahora bien, Esteban recuerda que todos tenían velocidades distintas. Hubo un par que ni bien oyeron esa palabra, prorrumpieron en llanto; otros, tímidos, o tal vez con pánico escénico, no se animaban. Siempre estaba el que necesitaba sonarse ruidosamente la nariz antes de comenzar.

 Todos, a los diez minutos, lloraban a moco tendido. Se miraban a los ojos, luego miraban para abajo, paraban un poquito, sonreían, y volvían a empezar.

 Cada tanto había algún abrazo sentido y con ganas; nunca un beso ("¿por?" "no sé"). El que lloraba sobre el piso de madera era regañado. "Lloren sobre la alfombra, que para eso está, carajo" exclamaba la dueña de la casa, entre hipos.

 En eso cayó la noche, y el éxtasis no había disminuido. La situación era bella: uno tirado en el piso, abrazado a una almohada; otros tres, exhaustas, casi durmiendo; un par descansado espalda contra espalda.

 Los pañuelos ya se habían acabado hacía rato. Alguno se empieza a reír a carcajadas, sin previo aviso ni consideración por el estado de ánimo de los otros; lo rajan. Se ve, mientras, como una de las chicas, temblando, va al baño. Está un buen rato.

 Gracias a que tienen la visión nublada por las lágrimas, tardan bastante en entender qué había pasado.

"¿Gracias a?" interrumpo a Esteban. "Ojalá hubiéramos tardado toda la noche" responde. Y lo último que alcanza a decir antes de ahogarse en su llanto es "charco" y "gritos".