domingo, 28 de abril de 2013

Sui

 El muchacho que quería dominar todas las artes murió sin dominar ninguna.
 El joven que vivió buscando el amor perfecto fracasó, dejando pasar unos cuantos bastante buenos.
 Otro que se impuso no dejarse imponer ninguna verdad irremediable no pudo agregar nada a su ser.
 Pero otro, que tuvo tudas toda su vida sobre por qué camino definirse, que sufrió, besó y lloró, que tuvo celos, temores y angustias, desamores, música y aventuras, tuvo una vida lo suficientemente plena como para, al serle ofrecido en el final una oportunidad para renacer, tomarla, como cualquier otro habría hecho, pues la vida es maravillosa.

Carta encontrada por ahí

Lo ciento, Ceci, te abandono. Tú sabes que lo nuestro es hermoso y apasionado, que casi no nos peleamos desde hace 20 años; que nuestro sexo está lleno de vida y nos colma de placer y satisfacción, que nuestras salidas son divertidísimas y siempre tenemos aventuras que llenarían de envidia al tipo de Discovery Channel.
Somos una pareja perfecta según nuestros padres, hijos, tíos, compañeros de trabajo, terapeutas, todos. Pero tengo otra. Y a ella sí la amo.
- Si tuviera un pucho encima, lo prendería para fingir desinterés, Cecilia querida. 
- Vos siempre tan cortés,...¡qué hacés!? ¡Volvé!
 Trepando al muro de mis lamentos y dejándolo atrás, comencé a escapar. De mis quilombos, de mis miedos, de mis depresiones.
Dejé atrás la separación de mis padres y sus frases racistas que se pegaron a mi vocabulario aun cuando me pasé años peleando con ellos por esa baja característica de su ser.
Apuré el paso, corrí, ignoré a mi novia que me llamaba para arreglar nuestro barco hundiéndose, y también al resto de mis ex que, en mi cabeza, parecían dispuestas a re-charlar las causas de nuestra ruptura.
Abandoné mi destino a los veinte minutos, no sin antes dejar la facultad. Al llegar a una esquina ya me había mudado solo, lejos de todos y de todo.
Un rato más tarde empecé con las drogas. Algunas recreativas, otras más fuertes, algún que otro pinchazo que me liberaba todavía más, y aumentaba la velocidad de mi existir. Algunos vasos de alcohol me obnubilaban y lograban que no me cuestionara lo que estaba haciendo.
Y por fin, luego de todo, llegué al abismo.