domingo, 25 de marzo de 2012

La resurreción de la señorita del octavo "B"

- Por esa época yo vivía solo, en el segundo piso de uno de esos edificios que están sobre una pizzería o un Quini 6. Me acuerdo que Cris ya se había mudado con su novia porque la historia debió pasar en el 97’.

Trabajaba de lunes a jueves en el localcito que estaba en la PB – no me preguntes cuál era porque no tengo la menor idea. Si, sí, es raro que no recuerde pero es que hacía sólo tareas administrativas, y la verdad ese trabajo no me importaba en lo más mínimo.

El dinero lo gastaba en comida. En comida, y de vez en cuando en algún libro. Casi nunca salía. Esta biblioteca gigante que ves atrás mío es producto de aquellos años.

Uno de esos libros me lo había prestado Elena. A ver…ese, el rojo de tapa dura. Obviamente nunca se lo devolví. A ella la conocí un día en el ascensor. Me saludó, la saludé, y los 4 pisos que subimos juntos no dieron más que para hablar del nuevo tipo de facturas que vendían abajo…Ah! ¡Una panadería! “El Sol” se llamaba, y yo nunca trabajé ahí. ¡Lo de trabajar de esclavo del dueño de ese localcito vino después!

Bueno, resulta que pocos días de ese primer encuentro hubo otro. Y luego, otro más. Todos fugaces, algunos en el ascensor, otros en “El Sol”, pero poco a poco…comenzó a encenderse una chispita. Entre esos saludos y pequeñas charlas sobre el clima y Menem me empezó a gustar esa hermosa pelirroja…y creo que ella también me miraba.

Yo no me animaba a dar EL paso, pero a veces le convidaba algún vigilante. Y eso debía significar algo, ¿no? Yo pienso que sí, porque el 31, en la fiesta en la terraza de mi edificio, brindó conmigo.

¡No, no me besó! ¡Había demasiada gente! (Sí, te lo juro. De haber estado solos, de seguro habríamos terminado el año labio con labio) Además, ¿cómo querías que hiciera si Rafael estaba al lado? Rafael, su esposo, despistado. Bah, su…ex-esposo. La dejó viuda durante el incendio. Bueno, viuda no porque…

Estoy llegando a esa parte, no desesperes.

A mi no me importaba Rafael, nunca fui muy respetuoso del matrimonio (ajeno). Ya para mayo estaba demasiado enamorado de Elenita. Y cuando me asaltan esos sentimientos, las leyes morales se me vuelven medio difusas. Para mí la chica, o yo, tenemos algo de mágicos porque ese amor tan fuerte era sobrehumano.

El incendio fue en el ’98, en enero. Durante ese año la chica y yo habíamos tenido nuestros roces, nada físico pero ya estaba totalmente seguro de que yo le gustaba. Esa sonrisa que me ponía para pedirme un kilo de pan que le faltaba no se la ponía a nadie. Nos saludábamos con un beso en la mejilla ya. Había tardado un año pero por fin lo había logrado.

Ese horrible día Elena pasó al lado mío charlando con Rafa, sin mirarme siquiera. Nunca me había hecho eso. Nunca. Y me enojé, muchísimo. Nunca te conté: fui yo quien disparó el incendio. No pasa nada porque Ele nunca levantó cargos contra mí ni lo va a hacer, sabe que fue cosa de una vez.

Lo organicé todo como para que las llamas solo atacaran su piso, no quería que nadie – más – saliera herido. Tardaron quince minutos en darse cuenta, y pasado ese tiempo su palier estaba lleno de humo e insoportablemente caliente. Cuando abrieron la puerta el fuego (me gusta pensar que impulsado por la rabia que sentía) penetró en su departamento. Por lo que encontré después, me parece que ellos trataron de correr hacia la cocina buscando una fuente de agua pero después se decidieron por el baño. No llegaron, se desplomaron a mitad de camino. Y los cubrió mi venganza.

Cuando entré yo, con un extintor disparando ráfagas hacia todos lados, un rato después (la policía todavía no había llegado), los encontré a ambos muertos. Rafael estaba prácticamente…no voy a decirte en qué estado lo hallé, pero lo que sí te cuento es que agarré a Elena entre mis brazos y la llevé abajo, a mi propio hogar, a mi cuarto y la deposité sobre la cama. La besé en la boca, le limpié el hollín, y la cuidé. No me importaba que no estuviera viva, yo la sentía adentro de ese cuerpo, así que la mantenía limpia todos los días, le cambiaba la ropa. Ella parecía dormir mientras yo me tiraba en un sillón.

Pasaron varias semanas durante las cuales apenas salía de mi casa. Ni la policía ni los médicos me tocaron el timbre una vez (o si lo hicieron, yo estaba tan en otro mundo que nunca escuché). Clausuraron el octavo piso y el ascensor, que se había roto, y poco a poco las cosas volvieron a la normalidad. Hasta para mí: tener a Ele en la cama ya se había convertido en una rutina.

Un día fui al baño y la encontré en otra posición. No le di mucha importancia, pero este extraño evento comenzó a repetirse con el tiempo. Tardé mucho en entender que se estaba moviendo. Y la alegría no me llegó hasta que la vi abrir los ojos, el 25 de octubre, nuestro aniversario, confusa, pero no asustada.

Ella no recordaba nada de lo que había acontecido, ni de su vida pasada. Le expliqué todo, con honestidad, pero no me golpeó (yo tampoco esperaba que lo hiciera). Simplemente se quedó mirándome con un poco de afecto. Y entonces la besé, por segunda vez en mi vida. Sentí un pequeño calor proveniente de sus labios, y eso marcó el comienzo de nuestra relación.

Ele nunca me guardó rencor por lo sucedido. Dice que lo que pasó en vidas pasadas ya pasó, y se dedica a disfrutar de esta nueva oportunidad. Yo a veces me pregunto por qué despertó. Me gusta pensar que es por el amor que le tenía, sólo interrumpido por un momento de gran enojo. Y de todas formas, haberle prendido fuego el departamento es lo que hizo que estuviéramos juntos. Así que creo que hice bien. Mirá, ahí viene mi adorable esposa.

-¿Querés más café, amor?